Es sencillo quejarse de nuestro día a día en el trabajo. Pero si nos damos la oportunidad a oírnos con cierta distancia, probablemente encontremos en nuestras palabras una forma de contar películas de patio de colegio.

Es obvio que cualquier trabajo tiene motivos para ser detestado, cuando nuestra vida pende de nuestro medio de vida, más allá de las anécdotas que hacen el medio incómodo.

Esa dependencia hace del trabajo una condena, sobretodo si está exento de aprendizaje. A la vez resulta contradictorio que, en ocasiones, para el que la vida está resuelta, el trabajo tampoco le sea agradable; y busque la excusa para aborrecer su entretenimiento (trabajo), saboteando el medio de vida de otros. Al fin y al cabo todo es una cadena de montaje.

El trabajo lo dignifica el crecimiento, y el crecimiento lo fuerza la necesidad, la necesidad de crecer. En todos los ámbitos de la vida lo que la persona necesita para realizarse es crecer. Lo que quema de verdad es el hielo, si la vida no te da más oportunidad para ganártela, que reaprender a transportarlo para compensar tus lesiones de llevar cargando con él toda la vida, sin más expectativas que seguir haciéndolo durante el resto tu de vida, impidiendo el acceso de la persona a su realización personal en el trabajo

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